Por fin. ¡Ya salí del hospital! Vuelvo a casa y en el
camino, aunque solo tengo 5 años y pueda parecer que no tengo memoria, no
recordaba esta vista. El camino es diferente, es posible que mi padre me quiera enseñar otro camino, otro
recorrido, pero lo cierto es que este no me gusta. No voy contando lo pasos
pero si el tiempo y este camino parece más largo, más triste y solitario que el
que tomé cuando iba al hospital. Mi brazo ya está curado y solo quiero llegar a
casa, abrazar a mi madre, volver a jugar con la pelota de goma que me trajo mi
hermano y descansar en mi fría cama.
En la calle
hay mucho ruido ¿Qué pasará? La gente corre de un lado a otro como si tuviera
prisa y entre tanto, en una habitación de mi casa, mis padres discuten, lloran
y se abrazan. No había visto nunca este rostro de tristeza en mi padre, un
alegre mecánico que se ganaba la vida arreglando más cosas además de coches y
al que un día la vida le presentó un problema que con sus básicas herramientas
no podía solucionar. Ahora estoy con él, en su habitación, mientras prepara una
gran mochila con ropa, comida y, aunque yo no lo consigo ver, él dice que
también esta guardando esperanza. Intenta explicármelo pero no consigo
entenderlo. Se tiene que ir. Un largo viaje le espera a Europa y pronto espera
vernos. Mientras, mi madre, mi hermano y yo nos quedaremos aquí esperando
noticias. Ha sido un día duro así que es hora de ir a la cama. Mi madre, que
aún no tiene sueño, me acompaña en mi lecho e intenta que cierre los ojos
mientras me cuenta un cuento sin libro. Su titubeante voz me dice que algo,
pronto o tarde, bueno o malo, pasará. La historia de un humilde niño que
triunfa en la vida, a pesar de los obstáculos que en su vida aparecen, es el
tema central del cuento. Ella insiste en que me duerma pero la historia es tan
bonita que quiero saber el final. Mi madre, entre lágrimas, me dice que por
ahora no sabe como concluirá pero me propone que sea el protagonista del cuento
para que en el futuro sea capaz de darle un final.
A la mañana
siguiente, en la puerta de casa y bajo un cielo lleno de humo, nos despedimos
de mi padre. Seguía sin entender porque se tenía que ir pero él solo nos decía,
una y otra vez y con la cabeza bien alta, que aunque donde se dirigía no iba a
ser bien recibido él tenía que intentarlo. Por nosotros y porque lo que ocurre
aquí no nos lo merecemos. Si todo sale bien habrá merecido la pena comenzar
esta aventura. Se acerco a mi hermano y le puso la mano en su hombro. Le
encomendó la difícil tarea de cuidarnos. Hasta por dos veces le repitió: tu
madre y tu hermano te necesitan y sé que puedo confiar en ti. Seguidamente, un
largo abrazo, un mar de lágrimas y una incertidumbre eterna se apoderó del
momento.
Entre en casa
y seguí jugando con mi pelota de goma mientras mi madre, con una foto entre sus
manos en la que aparecíamos los cuatro miembros de la familia y con la mirada
fija en ella, estaba sentada en una silla de la habitación. En varias
ocasiones, cuando me miraba, le lanzaba una sonrisa que ella me devolvía. La
noche iba entrando, nos reunimos los tres para comer pero en cada plato solo
había silencio. El reflejo del sol, cuando se esconde al caer la noche, se veía
desde la ventana hasta que un sonoro estruendo hizo que desapareciera. No fue
solo uno sino varios. Uno tras otro y el pánico apoderándose en el ambiente. Se
escuchaban gritos en las calles, mis vecinos corriendo y mi curiosidad me llevo
a salir a la puerta de casa en una de las pocas veces en que mi madre se
despisto de mí. Ahora, me arrepiento de haberme asomado.
Desperté en
una cama distinta a la mía y con mi madre en la cama de al lado. La llamaba
pero ella no abría los ojos. Además, no conseguía ver a mi hermano por allí
cerca. Lloré desconsoladamente, sin parar, y estaba muy asustado. Sin saber muy
bien cómo y, sin recordar lo ocurrido hace pocas horas, volvía a estar en el
hospital que hace pocos días dejé. Escuchaba a lo lejos a un hombre que decía:
¿Qué habrá hecho ese niño de 5 años para merecer esto? ¿Qué culpa tendrá él de
los errores de los mayores? ¿Cuáles han sido sus pecados para ahora estar
rodeado de gasas? Sabía que se refería a mí pero no tenía respuestas a ninguna
de esas preguntas. Lo único que sabía es que si quería darle final al cuento
que una noche mi madre me contó lo iba a tener más difícil de lo que aquella
noche me podría imaginar. Por ahora, solo sé que al cuento lo titularé:
inocentes culpables.
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