lunes, 7 de marzo de 2016

Inocentes culpables

Por fin.  ¡Ya salí del hospital! Vuelvo a casa y en el camino, aunque solo tengo 5 años y pueda parecer que no tengo memoria, no recordaba esta vista. El camino es diferente, es posible que  mi padre me quiera enseñar otro camino, otro recorrido, pero lo cierto es que este no me gusta. No voy contando lo pasos pero si el tiempo y este camino parece más largo, más triste y solitario que el que tomé cuando iba al hospital. Mi brazo ya está curado y solo quiero llegar a casa, abrazar a mi madre, volver a jugar con la pelota de goma que me trajo mi hermano y descansar en mi fría cama.

En la calle hay mucho ruido ¿Qué pasará? La gente corre de un lado a otro como si tuviera prisa y entre tanto, en una habitación de mi casa, mis padres discuten, lloran y se abrazan. No había visto nunca este rostro de tristeza en mi padre, un alegre mecánico que se ganaba la vida arreglando más cosas además de coches y al que un día la vida le presentó un problema que con sus básicas herramientas no podía solucionar. Ahora estoy con él, en su habitación, mientras prepara una gran mochila con ropa, comida y, aunque yo no lo consigo ver, él dice que también esta guardando esperanza. Intenta explicármelo pero no consigo entenderlo. Se tiene que ir. Un largo viaje le espera a Europa y pronto espera vernos. Mientras, mi madre, mi hermano y yo nos quedaremos aquí esperando noticias. Ha sido un día duro así que es hora de ir a la cama. Mi madre, que aún no tiene sueño, me acompaña en mi lecho e intenta que cierre los ojos mientras me cuenta un cuento sin libro. Su titubeante voz me dice que algo, pronto o tarde, bueno o malo, pasará. La historia de un humilde niño que triunfa en la vida, a pesar de los obstáculos que en su vida aparecen, es el tema central del cuento. Ella insiste en que me duerma pero la historia es tan bonita que quiero saber el final. Mi madre, entre lágrimas, me dice que por ahora no sabe como concluirá pero me propone que sea el protagonista del cuento para que en el futuro sea capaz de darle un final.

A la mañana siguiente, en la puerta de casa y bajo un cielo lleno de humo, nos despedimos de mi padre. Seguía sin entender porque se tenía que ir pero él solo nos decía, una y otra vez y con la cabeza bien alta, que aunque donde se dirigía no iba a ser bien recibido él tenía que intentarlo. Por nosotros y porque lo que ocurre aquí no nos lo merecemos. Si todo sale bien habrá merecido la pena comenzar esta aventura. Se acerco a mi hermano y le puso la mano en su hombro. Le encomendó la difícil tarea de cuidarnos. Hasta por dos veces le repitió: tu madre y tu hermano te necesitan y sé que puedo confiar en ti. Seguidamente, un largo abrazo, un mar de lágrimas y una incertidumbre eterna se apoderó del momento. 

Entre en casa y seguí jugando con mi pelota de goma mientras mi madre, con una foto entre sus manos en la que aparecíamos los cuatro miembros de la familia y con la mirada fija en ella, estaba sentada en una silla de la habitación. En varias ocasiones, cuando me miraba, le lanzaba una sonrisa que ella me devolvía. La noche iba entrando, nos reunimos los tres para comer pero en cada plato solo había silencio. El reflejo del sol, cuando se esconde al caer la noche, se veía desde la ventana hasta que un sonoro estruendo hizo que desapareciera. No fue solo uno sino varios. Uno tras otro y el pánico apoderándose en el ambiente. Se escuchaban gritos en las calles, mis vecinos corriendo y mi curiosidad me llevo a salir a la puerta de casa en una de las pocas veces en que mi madre se despisto de mí. Ahora, me arrepiento de haberme asomado.


Desperté en una cama distinta a la mía y con mi madre en la cama de al lado. La llamaba pero ella no abría los ojos. Además, no conseguía ver a mi hermano por allí cerca. Lloré desconsoladamente, sin parar, y estaba muy asustado. Sin saber muy bien cómo y, sin recordar lo ocurrido hace pocas horas, volvía a estar en el hospital que hace pocos días dejé. Escuchaba a lo lejos a un hombre que decía: ¿Qué habrá hecho ese niño de 5 años para merecer esto? ¿Qué culpa tendrá él de los errores de los mayores? ¿Cuáles han sido sus pecados para ahora estar rodeado de gasas? Sabía que se refería a mí pero no tenía respuestas a ninguna de esas preguntas. Lo único que sabía es que si quería darle final al cuento que una noche mi madre me contó lo iba a tener más difícil de lo que aquella noche me podría imaginar. Por ahora, solo sé que al cuento lo titularé: inocentes culpables.



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