Cualquier gesto es digno de
análisis. Lo ocurrido este pasado sábado, 8 de febrero de 2014, quedará para la
historia. No sabemos bien si llegará a aparecer en los próximos libros de
historia de España pero sin duda lo acontecido es para que se hable de ello.
Innumerables medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de la
noticia y de lo que se iba a producir en los juzgados de Palma. Un miembro de
la Casa Real de España estaba imputado, en este caso imputada, en uno de los
mayores casos de corrupción que se ha dado en la democracia. Y en medio de todo
esto, la imagen de la Casa Real seguía bajando peldaños. Otro escándalo más.
La infanta Cristina fue a
declarar sobre su imputación en el supuesto delito de blanqueo y fraude fiscal en
el “caso Noos” por su participación en la empresa Aizoon, de la que es
propietaria en el 50% de la misma y de la que se conocen datos suficientes para
sospechar sobre la inocencia de la misma. Sin entrar en detalles judiciales y
sin hacer un veredicto hasta que la justicia actúe, lo sorprendente está en el
debate general que hay en la sociedad. Los monárquicos están contentos porque al
parecer la declaración de la Infanta fue satisfactoria para los intereses de la
monarquía. Los republicanos también están felices porque han visto como la Casa
Real se va derrumbando como la Torre de Babel. Pero lo cierto es que no es
lugar ni momento para los monárquicos y republicanos, es momento para la
justicia. Todos opinan que la declaración fue el escenario de un partido de
futbol que antes de jugarse sabe cómo va a terminar pero lo cierto también es
que ese partido se tiene que jugar y que los jueces serán encargados de aplicar
el principio máximo de que la justicia es igual para todos. Al menos esa fue
una de las principales frases que se recuerda de los últimos mensajes navideños
del Rey, su padre. Las opiniones de muchos analistas fueron similares a las de
los políticos cuando se conoce el resultado tras unas elecciones. Todos ganan
pero solo gobierna uno. Otros centraron el debate en si acudiría en el coche
oficial hasta la puerta de los juzgados o si por el contrario iría andando. El
resultado final fueron once escasos pasos donde se pudo ver a una Infanta
sonriente como si acudiera a cualquier acto institucional. Al igual que esto también
sorprende que la declaración se quiera mostrar como un “acto voluntario” y no
como lo que es, el cumplimiento del deber emitido desde un juzgado. Los
ciudadanos no son tontos y esperemos que todo esto no forme parte de un paripé
institucional para hacernos ver que la justicia es igual para todos.
Las declaraciones que hemos
conocido estos días sorprenden. El desconocimiento general de la empresa, la
falta de memoria actual y la plena confianza en firmar todo aquello que
Urdangarin le indicaba deja en evidencia la falta de criterio profesional de
una persona cuya importancia en la sociedad es amplia y cuya formación es de
sobra conocida. No soy abogado ni juez pero pienso que tomar como base de la
defensa el amor para evadirse de las obligaciones profesionales no es la mejor
estrategia. Así que al abogado defensor,
aquel que dijo que “la Infanta es inocente por que el matrimonio se basa en la
confianza y ella confiaba plenamente en su marido”, habría que decirle que tras
la declaración del sábado tanta es la confianza en ese matrimonio que
prácticamente culpa a Urdangarin de todo. Ese no es el significado que conozco
de matrimonio ni el valor que tiene la palabra confianza. Lo bueno de todo esto
es que la justicia poco a poco, piano a piano, va haciendo su papel aunque
mayor ligereza en la resolución de conflictos no vendría nada mal. Esperemos
que no llegue el día en el que el famoso verbo “prescribir” deje sin efectos el
trabajo realizado.
Cuack!
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