Tan desigual es el título del
comentario de hoy como la cruda realidad social que vivimos. Las desigualdades
que vivimos en nuestra actualidad no solo acaparan las portadas de los
periódicos españoles sino que en gran parte de Europa, y me atrevería a decir que
de parte del resto del mundo, se hacen eco de ello. Una crisis financiera o
económica, depende de cómo guste más llamar, parece la culpable de todo el
distanciamiento entre una clase social y otra. Para muchos otros ciudadanos,
sin importar la reputación y status social que tenga, esta crisis se fundamenta
más en una crisis de valores. Entre todos ellos, los valores que más resaltan
son los democráticos, que se encuentran en lo más profundo de su liderazgo.
Hechos como la corrupción son el claro ejemplo de hasta donde han desembocado
los valores democráticos y sociales. La opinión generalizada de la sociedad, y
que los altos cargos ni se plantean, es la poca responsabilidad que asumen los
dirigentes. La responsabilidad se basa en ser consecuente y asumir los actos
que cada uno hace, sean buenos o malos. Son pocos los que vuelven a utilizar bien esta definición y
prueba de ello es la elevada ocupación de un cargo público a sabiendas de su imputación
en cualquier acto delictivo. La culpa de ello se puede desgranar por dos vías;
una la marcada por la propia persona imputada, que antes de ofrecer su dimisión
y ser honrado aguanta en el poder un cargo por el que es cuestionado. La otra
vía de culpabilidad es la cúpula de su partido político, que no toma cartas en
el asunto. En otro ámbito y aplicando el sentido común esto no pasaría. Esta
falta de ética política es la que la sociedad cuestiona.
Otra cuestión es el resultado de
los informes que reflejan la gran desigualdad entre una clase social y otra,
marcada porque el rico es más rico y el pobre aún más pobre. Cada vez hay
mayores restricciones al más desfavorecido y más facilidades al que menos las
necesita. Y aún así, quieren hacernos ver que esto va bien, que todo lo marcado
funciona. En muchas ocasiones pienso que viven en un mundo distinto al
ciudadano de a pie.
Mención aparte merece el tema
laboral. La empresas se dedican a ofertar puestos de trabajo ofreciendo lo más
mínimo a cambio de un elevado nivel de estudios, máster, niveles de idiomas y
otras cualidades que saben que los candidatos tienen pero que no están
dispuestos a valorar económicamente. El colmo es cuando la CEOE acaba de
aconsejar a las empresas a que no suban los salarios y que sigan bajándolo,
gran ética para reactivar un demacrado consumo. Juegan sucio y se aprovechan de
la elevada necesidad de trabajar de muchas personas para dar de comer a su
familia. Muchos jóvenes se han cansado de esto y han tenido que hacer la maleta
a otros países donde este sacrificio que han realizado durante muchos años si
es realmente valorado. Pagamos la educación de una generación maravillosa para
que otros se aprovechen de ella. Lo bueno de todo esto es que la presión social
está consiguiendo frenar tales desigualdades. La PAH se está encargando de
frenar muchísimos desahucios e inicia una lucha por la aplicación de una
iniciativa legislativa popular que esperemos obtenga sus frutos. Otros
movimientos sociales también ayudan a parar injusticias que suceden ya casi a
diario. Muchos promueven el cambio del sistema. Debido al mundo tan cambiante
en el que nos toca vivir un cambio en el sistema es factible, solo falta
voluntad. Las generaciones se transforman, los pensamientos evolucionan, la
Constitución cada vez tiene menos peso… ¿Por qué no cambiar el sistema?
Recordarles a los políticos que a veces hay que tragarse las palabras, estas
pueden resultar la mejor dieta para muchos de ellos.
Cuack!
Totalmente de acuerdo!!!
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